Rufus T. Firefly, música y justicia

Rufus T. Firefly, música y justicia

Sala Siroco, 28/02/2015 

Se lo merecen. En los tiempos que corren, con lo jodidas que están las cosas, lo mal que está el mundo de la música, bla, bla, bla, ¡qué alegría ver un concierto así de una banda así! La indestructible Caracol abarrotada, “sold out” incluido, sábado por la noche, pequeños indicios de primavera. Hay veces que todo sale solo. Todo lo que antes era nada. Rufus T. Firefly es una banda que lleva 9 años (¡9!, como el nombre de su brillante último trabajo que estaban presentando), pero que consigue estar en boca de todos los entendidos en el mundillo justo ahora, sin saber bien por qué, y tú como espectador te dejas llevar por la corriente. Fue un concierto brillante.

Sonrieron mucho cuando se corrió el telón y vieron al público, síntoma de honestidad. Es complicado ser honesto, pero Rufus T. Firefly lo son, al menos su música, y su directo, y eso es lo más importante. Técnicamente precisos, buenos instrumentistas, interpretación con “rollo”, con actitud, con estilo, con ganas, con alma. A la tercera canción ya estábamos alucinando. Mucho efecto de guitarra, muchos juegos rítmicos en la batería, una solidez asombrosa (y envidiable) en el bajo, detalles sutiles en el teclado… Como una máquina que funciona perfectamente, como un aparato de nueva generación bien ensamblado, de eso que parece fácil y es difícil, de eso que son muchas horas pero que tú sólo ves un rato en un escenario.

Como unos Havalina (cuyo cantante, el siempre interesante Manuel Cabezalí, es el productor del disco, y salió a colaborar en un tema) o unos Nudozurdo  más dulces, pero sin perder intención y fuerza. Lo mismo oyes ecos de The Smiths o The Cure que de rock setentero a lo Led Zeppelin, además de sorpresas continuadas, ya que nunca sabes cuál va a ser el próximo giro en la canción. Debes mantenerte a la escucha, estar atento. Su directo apela a la razón pero también a los sentidos. No te despistes, ya atacan con el siguiente tema.

En el ambiente se notaba que se estaba presenciando algo especial. Vale que no es un concierto para corear, para bailar como un poseso o para saltar y sudar y gritar, pero es un concierto para escuchar, parece que todas las canciones van juntas. Cambios de dinámica, de intensidad, de repente el cantante lleva 3 minutos sin cantar pero no importa. Es verdad que el público estaba lleno de músicos y de gente de la industria, y que quizá necesiten expandirse más para no ser escuchados sólo por los más puros. Sería una pena, y no porque ello tenga algo de malo. Es sólo porque da alegría que este tipo de bandas salgan a la luz, se escuchen, se difundan, puedan seguir grabando discos y haciendo conciertos como este. Los prejuicios o las etiquetas se te han descolocado a la mitad del concierto. Hacia el final quieres que llegue ya el próximo. Es música, y hay veces que es justo escucharla.

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