The Saints y la imposibilidad de volver atrás
Siroco, 11/12/2014
“¡Tócate una más punk-rocker!”- gritó alguien desde el público. Sería injusto, y hasta un poco frívolo, resumir el concierto de The Saints en la sala Siroco de Madrid con esa frase. Pero no deja de ser un síntoma, un símbolo de lo que significó la actuación de la banda de Chris Bailey. Reconvertidos en power-trío, estos australianos de carrera camaleónica consiguieron pasar el trago con apuros, sosteniendo con unas cuantas grandes canciones la falta de energía y consistencia en el escenario.
Al principio no sabía si nos encontrábamos en el típico bar de carretera en el que una banda toca rock mientras el público bebe cerveza y mira con desgana al escenario, en una escena de una película americana mala, pero según avanzó el concierto y terminó de llenarse la sala, intenté hilar fino y acabé comprendiendo porque The Saints son una banda de culto. Vale que probablemente su mejor momento ya pasó, que la adaptación al formato batería-bajo-guitarra “a palo seco” no funciona en muchos temas, que no queda rastro de la actitud de finales de los 70, que la sensación de estar viendo un ensayo de viejas glorias que se reúnen para pasar el rato más que un concierto era permanente; pero también es cierto que ciertos riffs y ciertos estribillos te sacaban una sonrisa inocente, que aunque Bailey ya no tiene rabia en la voz sí tiene encanto, y que su apariencia de Paul McCartney punk o de Iggy Pop descafeinado le da cierto aura de leyenda olvidada que todavía es capaz de llenar salas.
Es bastante probable que el público se fuera decepcionado a casa. Ese tipo de público que sigue llamando elepé a los discos, que piensa que la new-wave nunca terminó y que deben ser de los pocos que conocen a The Saints en toda la ciudad. Y no porque el tiempo pase inexorable incluso para bandas como ésta, argumento siempre utilizado para describir conciertos y discos de grupos de otra época que sobreviven décadas. En realidad, parecía que los australianos no tenían ganas. O no muchas. Guitarra con distorsión salvaje, sí; batería old-school de ejecución sólida pero nada sofisticada, sí; Chris Bailey, muy simpático, haciendo bromas con el público, sí; pero nada más allá.
Obviamente, canciones como “Just like fire would” (versionada recientemente por Springsteen) ya funcionan solas, independientemente del contexto. Igual que “This perfect day”, mejor momento del concierto sin lugar a dudas. Incluso cuando sonó el mítico “I’m stranded” en los bises hubo tímidos intentos de saltos, arriba y abajo del escenario. Pero en conjunto, The Saints fueron monótonos y poco estimulantes. Y claro, después de escuchar sus canciones en casa, lo que quieres es ver a tíos sudando mientras tocan acelerados y tú no puedes ver el concierto a gusto de los golpes que te das con la gente. Qué le vamos a hacer, si hasta el post-punk revival también murió. Menos mal que quedan las canciones, joder.